La Tumba De Huma

Duerme, querido Sturm —susurró cogiéndole la ya rígida mano y apoyándola contra su mejilla—, no permitas que los dragones enturbien tus sueños.

La luz del caballero se extinguió, su sol se ensombreció.

Te consideras digno del gran honor que se te ha concedido?

—No, señor —respondió el interpleado tal como exigia el ritual—, pero lo acepto con toda humildad y juro consagrar mi vida a hacerme merecedor de tal distinción.

tres hijos maravillosos, repito. No me cuentes más tonterías de que no tienes ninguna hija. Tienes una, y es una muchacha fabulosa. Tiene más sentido común que su padre. Debe haber salido a su madre... ¿Dónde estaba? Ah, sí. También educaste a Tanis, el Semielfo. Sabes, Solostaran, entre esos cuatro jóvenes, aún seríamos capaces de salvar el mundo

Nosotros, los ancianos, tenemos que ayudamos unos a otros. Es una pena que seas tan necio...

Pero no puedo. Porque si lo hiciera, contraería un compromiso contigo, y debería dedicar mi vida a cuidarlo y defenderlo y no puedo contraerlo, Tika. Mi obligación es dedicarme a mi hermano

intentaba enseñarle que la moderación y la paciencia ganaban más victorias que las amenazas y el empleo de las armas.

Según la ley de los kenders, si es que existe alguna ley entre los kenders, todo el mundo es dueño de todas las cosas.

«Los ojos de mi alma deben estar viendo con más claridad que los de mi cabeza»,

—¿Es demasiado pedir que se me permita morir en paz en vez de estar rodeado de molestos kenders?