—Ranger del Espacio, sí. Lo he sabido desde que te he visto entrar en medio de esa luz y ese humo. Por eso no te he tomado en cuenta cuando parecía que me acusabas de ser el envenenador.
Su rostro se cubrió con una enorme sonrisa.
—¿Sabes de qué estás hablando?
—Pues sí. No podía ver tu cara ni los detalles de tu ropa, pero llevabas botas altas y la estatura y el peso coincidían.
—Eso. Coincidencia.
—Quizá. No he logrado ver el dibujo de las botas, pero algo he podido adivinar: los colores, por ejemplo. Y tú eres el único horticultor que yo haya visto en mi vida capaz de usar nada más que blanco y negro.
David Starr echó la cabeza atrás y rió con ganas.
—Has acertado. ¿De verdad quieres acompañarme?
—Me sentiré orgulloso si me aceptas —dijo Bigman.
David tendió su mano y, tras el apretón, dijo:
—Juntos, pues, adondequiera que vayamos.