Época de cerezos

Las autoridades siempre piensan que la gente es estúpida, que hay formas de disfrazar la desgracia, pero los que llenamos camillas con muertos ya no creemos en sus excusas.

Retomamos, aunque sentí un fuerte mareo, la cabeza me daba vueltas y recordé las palabras de Gorki sobre que escucharía el ruido de los tambores todo el tiempo, solo que no mencionó que retumbarían en mi cerebro. La fuerza se me había ido, pero el que cayó desmayado fue uno de los fagotistas.

La mamá de Triana decía que en esa casa ellas dos sobraban. A veces le dolían las rodillas, porque mientras se sentaba a ver la televisión o rezar el rosario, tenía a uno o dos fantasmas sobre sus piernas.

La cara de Juliana Rodrigo me recordaba los sirios derretidos de las iglesias, retorciendo sus horribles facciones con el disfrute de acarrear chismes

Mi mamá y yo estamos condenadas a oír las vidas de los demás, no la nuestra.

porque si Triana era un imán poderosísimo en mí, no dudé que con ella vinieran a taparme la nariz los mismos entes que abrían y cerraban las puertas de su casa.

ella era el escape del olor a putrefacción que imperaba en la ciudad.

La ciudad tenía temas más importantes, pero ya sabes, compadre, que si no le cumples al pueblo sus pequeñas demandas no hay manera de que se aplaque

No pasó mucho tiempo para que me diera cuenta de que mi mujer se había ido.

la muerte siempre resulta ser un fenómeno de inquietud fascinante.