“Una buena referencia para medirse”, pensó. Una montaña, el mar, son comparables a Dios, un animal, tampoco sirve. Pero un árbol, esos que estaban desde antes de que sus abuelos llegaran, o estos otros que Leiva talaba y volvía a plantar para vender eran una vara perfecta para medir una vida. Los árboles, que no fingen, no engañan, que están atados a su tierra, que no cazan ni caen presa, se parecían más a Leiva.