la zeta y no paraste hasta salirte con la tuya.
―Es muy sexy ―dice, acariciando el hueso de mi cadera.
―Conociéndote, me llevarás a rastras ante un juez y no me dejarás en paz hasta que diga «sí, quiero».
―Me alegra saber que lo tienes tan claro ―masculla antes de pegar sus labios a los míos.
Mientras nos besamos, no puedo evitar recordar la primera vez que puse mi mirada sobre este salvaje y arrebatadoramente atractivo hombre. Lo amé antes incluso de poder sentir nada. De alguna forma, supo meterse bajo mi piel, en mi corazón y en mi mente. Esta última la trastornó por completo. Yo era una militar, alguien que siempre se regía por un código moral intachable, y ahora aquí estoy, a punto de casarme con el líder de una banda criminal, hablando de tráfico de diamantes y quitando vidas en vez de salvarlas. Lo más curioso de todo es que nunca antes había sido tan fe