Vengo aquí a escuchar, a acurrucarme entre las raíces de la hondonada cubierta de acículas, a descansar los huesos contra la columna del pino blanco, a apagar la voz que habla en mi cabeza para atender a las que lo hacen fuera de ella: el susurro del viento en las hojas, el agua al correr sobre la roca, el picoteo del trepador en la madera, las excavaciones de las ardillas, la caída de los hayucos, los mosquitos que me rondan las orejas. Y algo más. Algo que no soy yo y para lo que no tenemos palabras: el callado ser de los demás, en el que nunca estamos solos. Después del latido del corazón de mi madre, ese fue mi primer idioma.