Antonieta, desesperada y casi fuera de control, huía de una confesión que le había hecho a Manuel, en un arrebato de honestidad o como una argucia para despertar en él improbables celos: lo había engañado. Pero, ¿se puede engañar a alguien que se obstina en el rechazo, en la ausencia, en la negación? Manuel tenía el don de hacerla sentir culpable hasta de respirar el mismo aire que él. Manuel aprovechó la confesión como un argumento más para exigir la separación de sus destinos y el fin de su amistad. Antonieta aceptó que se trataba de una traición, y alimentó su remordimiento hasta convertirlo en un nudo de culpa y de asco que le quitó las ganas de vivir y la orilló al suicidio. Su confusión se reflejaba hasta en su redacción : “Yo tenía, diré, seguía teniendo intereses pasionales, afectivos, de baja ralea, que ocultándole alimentaba y, de la duda, su apartamiento cruel, a la vez que la voluntad de no mutilar un contacto en tanto no estuviera seguro.”