Después vino el silencio. Nos quedamos ahí, en ese espacio reducido, su brazo pálido aplastado contra mi brazo marrón, en un contraste rotundo –y publicitario–. La única luz venía de afuera, y cada tono se extremaba en presencia del otro como si necesitara reafirmarse. La intimidad entre dos personas está hecha de estos silencios, pensé. Hay otras cosas hechas de silencio: la confianza, los perfumes, la literatura. Me gusta el silencio, pero no tiene mucha gracia si se practica de a uno. Entre dos, en cambio, significa plenitud. También significa ilusión de perdurabilidad. Pero no hay que fiarse, a veces el silencio es una forma de esconder lo frágil: mirarse para comprobar una felicidad manchada por el miedo de que, si alguien llega a mencionarla en voz alta, se rompa.