amable vendedora me humedeció las manos con todas las marcas que había en la tienda, y una o dos veces me pareció que lo había identificado. Pero no. Siempre faltaba algo… la carne supongo, que el perfume se limitaba a vestir. La resaca del cuerpo, ése era el elemento que faltaba. Cuando, desesperado, mencioné el nombre de Justine, la muchacha me señaló en seguida el primero de los perfumes que habíamos probado. ‘¿Por qué no me lo dijo antes?’, se quejó en tono de reproche profesional; parecía querer decir que todo el mundo salvo yo conocía el perfume que usaba Justine. Pero no pude reconocerlo, y descubrí con sorpresa que Jamais de la vie no era uno de los perfumes más caros o exóticos.