Por qué no abandonamos esta ciudad, Justine, y buscamos una atmósfera menos impregnada de desarraigo y de fracaso?”. Las palabras del viejo poeta acudieron a su espíritu, sofocadas como por el pedal de un piano, para hervir y resonar en torno a la frágil esperanza que su pensamiento había arrancado de un oscuro sueño.
No hay tierra nueva, amigo mío, ni mar nuevo, pues la ciudad te seguirá.
En las mismas calles te enredarás interminablemente,
los mismos suburbios del espíritu
irán pasando de la juventud a la vejez,
y en la misma casa acabarás lleno de canas… La ciudad es una jaula.
Ningún puerto te espera mejor que éste,
ningún barco habrá de llevarte… ¡Ah! ¿No comprendes que al arruinar tu vida entera
en este sitio, la has malogrado
en cualquier parte de este mundo?[14]