Lavinia

—¿Por qué tiene que haber guerra?

—¡Oh, Lavinia, ésa es una pregunta de mujer! Porque los hombres son hombres.

«¿Son los dioses los que inflaman este fuego en nuestros corazones, o somos nosotros los que convertimos este deseo feroz en un dios?»

—Si la crueldad procede de la debilidad, tal como dijiste, debes de ser muy débil —dije.

Sé quién fui, y puedo decirte quién podría haber sido yo, pero ahora sólo estoy en esta línea de palabras que escribo. No estoy muy segura de la naturaleza de mi existencia y me asombra encontrarme escribiendo.

Era posible que yo, una estúpida virgen de diecisiete años, me diera cuenta y ella no?

Para mí, los muertos debían permanecer enterrados, en paz, sin que los vivos pensaran en ellos más de lo estrictamente indispensable.

Esto era posible porque la paz que mi padre había traído al Lacio era sólida y duradera. En aquella paz, los niños pequeños podía contemplar el ganado, los pastores podían dejar que sus rebaños vagaran por los pastos de verano sin temor a los cuatreros, y las mujeres y las niñas no tenían necesidad de ir protegidas o en grupos grandes, sino que podían caminar sin miedo por cualquier vereda del Lacio.

Maneja las palabras como la espada, sólo cuando es necesario.

Adelante, vete, gloria mía. Me marcho. Me uno a la muchedumbre, regreso a la oscuridad. Espero que encuentres un mejor destino que el mío.

—No. No. La crueldad es para los débiles.