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Margarita García Robayo

El afuera

Una invitación a construir un mundo habitable más allá de las paredes de nuestra casa. 
Durante una mudanza, la autora descubre una libreta de apuntes que tuvo en la época en la que nacieron sus dos hijos. Esas notas del pasado se conectan con reflexiones del presente sobre la maternidad y el miedo al mundo exterior.
Este libro indaga en la familia de clase media que se construye como una isla –o una cárcel— para protegerse del resto; analiza cómo un conjunto de individuos mezquinos y miedosos, amparados en el instinto de preservar a sus seres queridos, se afianza y habita sus pequeños mundos privados, de espaldas al afuera.
106 printed pages
Original publication
2024
Publication year
2024
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Impressions

  • mecalcagshared an impression4 days ago
    👍Worth reading

  • Diego Camposshared an impression8 days ago
    👍Worth reading

Quotes

  • Juliana Jaramillohas quoted10 hours ago
    Pero no, la gente rica es menos holgada que yo. A mí me pasa que, como nunca he sido rica, no temo gastar todo lo que tengo porque sé que, si no vuelve, no lo echaré en falta (o, quizá, en el fondo oscuro del pozo seco que es mi alma, siento que el Dios en el que no creo me lo devolverá triplicado). Es todavía peor: si no vuelve, es probable que durante un tiempo ni lo note –el tiempo suficiente como para descubrirme desprovista–, porque fui criada negando la pobreza eventual y relativa que sobrevenía en mi familia, siempre subrepticiamente. A mi madre le criticaban gastar más dinero del que mi padre llevaba a casa. Ella se las ingeniaba para que ninguno de nosotros notara sus malabares: empeñaba joyas, pedía prórrogas a los usureros. El esfuerzo de aparentar prosperidad era desmedido, pero eficiente: hasta que crecimos, ni mis hermanos ni yo notamos que teníamos menos dinero que nuestros amigos. De formas levemente distintas, casi todas las familias con las que tuve relación mientras viví en mi país padecían el mismo vicio del arribismo. En Colombia se dice que los ricos quieren ser europeos; los clasemedieros, norteamericanos, y los pobres, mexicanos.
  • Juliana Jaramillohas quoted10 hours ago
    Comenté con mi amiga mis impresiones sobre la higiene de la familia que nos alojaba y ella me dijo: «¿Te parece?». «¿A ti no?» Se encogió de hombros. Era una información curiosa, esa diferencia de visiones. Después me fui a visitar a otra amiga que vivía en Barcelona y se lo comenté. Estábamos tomando cerveza en un banco frente a la playa, mirando un atardecer frío y melancólico porque 1) ella y su pareja se habían peleado, y 2) era mi último día allí. «Es típico de la gente de izquierda», me dijo: «Para ellos las personas cuanto más limpias, más fachas». Automáticamente empecé a revisar en retrospectiva las casas de las personas que conocía y estuve a poco de convencerme de que esa afirmación tendenciosa podía ser cierta. Mi propia familia de origen, dueña de todos los vicios imaginables del conservadurismo y la religión, consideraba la limpieza una virtud cardinal. Mi madre no era muy buena limpiando (de alguien lo heredé), pero se imponía la tarea doméstica como un sacrificio que la elevaba. Y por supuesto que tenía ayuda: dos o tres mujeres lustrando pisos y muebles. Éramos una familia de clase media muy esforzada, nunca tuvimos una economía fácil, pero siempre tuvimos servicio doméstico –en Colombia el servicio doméstico dista de ser una extravagancia–. Pienso que mi madre, así como yo, pagaría una empresa que hiciera la limpieza de final de obra, aunque tuviese que pedir prestado. Mientras que aquella familia francesa, por supuesto que no. Les parecería una ostentación capitalista, una estupidez burguesa, una frivolité, un lujo innecesario.
  • Juliana Jaramillohas quoted10 hours ago
    La primera noche en la casa nueva sería el 31 de diciembre. Siete años atrás me había mudado en esa misma fecha y me dieron las doce desembalando cajas. Supongo que el patrón se debe a la tendencia inconsciente a dilatar los cambios que se saben inminentes. En palabras domésticas sería el equivalente a «dormirse en los laureles». Hacía siete años estaba sola. Entonces pensaba: si tuviera ayuda, me habría mudado mucho antes. Pero era mentira, me habría mudado ese mismo día porque más poderosa que la tendencia a dilatar los cambios es la de sumarles drama.

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