En cualquier caso, Tipper Gore estaba muy equivocada. De toda la música, de todas las formas de sexualidad que se ofrecían a la juventud en 1984, «Darling Nikki» era de primera categoría. Autonomía femenina, perversión alucinante, consentida y sin víctimas, y un sucio Principito que quiere follar follar follar follar follar follar follar follar follar. ¿Tipper escuchó alguna vez ese extraño himno al final de «Darling Nikki»? Tienes que tocarlo al revés, sello distintivo, en otros ámbitos, de lo satánico. Mi hermana y yo lo tocábamos. Sabíamos lo que decía. ¿Lo sabéis? Dice: El Señor se corre, Prince se corre. Y de alguna manera, con su ayuda, aprendimos a corrernos también.