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AA. VV.

Bang, bang, estás muerto I

«La novela policiaca de quiosco ocupó toda una época de la cultura popular, principalmente entre los años cuarenta y sesenta del siglo xx. Para quien desee comprender la sensibilidad de esos años y las preferencias del imaginario colectivo, es imprescindible revisar algo de lo mucho que se publicó en esas décadas.
En esta antología se han reunido dieciséis títulos representativos de los miles publicados, con la idea de abarcar las diversas tendencias y generaciones de autores que fueron muy populares y mantuvieron la afición de millones de lectores. No están todos los que fueron, pero sí son algunos de los más estimados y que perduran en el imaginario colectivo. De su calidad y atractivo literario hablan sus textos y así lo podrán comprobar quienes vuelvan a leerlos.
En este volumen:
¡Culpable!, de Alf Manz
Ésta es mi historia, de Frank McFair
El 13–13, número de la muerte, de Peter Debry»
436 printed pages
Copyright owner
Bookwire
Original publication
2018
Publication year
2018
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Quotes

  • Victor Avilés Velazquezhas quoted23 days ago
    No ignorarás, Ray, que una mujer puede darnos la gloria y el infierno al mismo tiempo, pero siempre destrozándonos la calma y el porvenir.
  • Victor Avilés Velazquezhas quoted23 days ago
    Sexo, violencia y whisky, rubias explosivas y tipos siempre a punto de explotar. Las calificaciones morales de los asesores eran pura coartada, no tardaríamos mucho en darnos cuenta. Nada de sexo explícito, tan sólo insinuaciones, veladuras y elipsis. La rubia del club que encandilaba, casi siempre con segundas e inconfesables intenciones al honesto detective, hacía strip-tease (también aprendíamos inglés) pero la censura, especialmente férrea con la literatura infantil y juvenil, no permitía una descripción pormenorizada del show. La anatomía femenina era sugerente, las ropas podían ceñirse al busto, resaltar la pujanza de unas caderas o desvelar fugazmente unas piernas de vértigo, la palabra «muslos» estaba tácita­mente prohibida como la mención a las piezas de ropa interior, nada de bragas ni de sostenes o sujetadores, solo «negligés» o «desha­billés» para que aprendiéramos algo de francés. Las descripciones de la anatomía masculina eran más detalladas, mandíbulas partidas, dientes saltados, ojos morados, narices sangrantes, hígados machacados, golpes en la nuca con el canto de la mano y «bajos vientres» tumefactos por un patadón traicionero, pechos agujereados, sesos desparramados y puñaladas en el corazón. La censura era especialmente comprensiva con la violencia física y la brutalidad ilimitada.
  • Victor Avilés Velazquezhas quoted23 days ago
    Silver Kane, Keith Luger, Donald Curtis, Clark Carrados, nuestros autores de quiosco favoritos, nunca faltaban a sus citas, escribían como galeotes, cobraban como peones y exprimían sus meninges para sacar todo el jugo posible de sus cerebros mercenarios y llevar a sus lectores de vacaciones a países, ciudades, escenarios que muchos de ellos no visitarían nunca, por razones económicas, por razones políticas, por una mezcla de ambas cosas. Sus lectores desconocíamos sus biografías y circunstancias personales, para la mayor parte de nosotros fueron durante un tiempo la esencia del cosmopolitismo, eran escritores genuinamente norteamericanos que al volante de un Buick recorrían las calles de Nueva York y las avenidas de Los Ángeles, los callejones de Chicago, los muelles de San Francisco y los garitos de Nueva Orleans, con un cigarrillo en la mano izquierda, un revólver en la guantera y una petaca de whisky en el bolsillo de la chaqueta. Años después cambiaríamos nuestra novelesca visión para verlos entre humo de cigarrillos y vino barato, aporreando una renqueante máquina de escribir en el cuarto de una pensión frente a un plano de la Gran Manzana y bullendo en sus cabezas imágenes del cine negro y escenarios hollados por los clásicos americanos del género. Titanes encadenados que liberaban su imaginación para liberarnos a nosotros de la rígida y plúmbea cotidianidad de un país entre paréntesis y entre corchetes.

    Moncho Alpuente

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