Supersaurio

Filosofo que quizá la felicidad no es ser sino estar. Uno no puede ser feliz siempre. Uno está feliz a veces. Me duermo de nuevo.

Mis padres no se enfadaron ese día hace trescientos años cuando le tiré la piedra a Fulanito porque me llamó puta, mi madre me consoló, mi padre pagó el cristal que rompí, aprendí ahí que uno tenía derecho a defenderse y que podía contarles cualquier cosa a mis padres, cualquier cosa.

Si entro en una póliza de seguro privado, ¿defenderé la Sanidad Pública «para quien la necesite, pero...»? Si compro acciones de Supersario, ¿consideraré que sus pérdidas y ganancias son las mías? Cuantos más privilegios tenga, más querré, y menos dispuesta estaré a que otros los tengan sin haberse esforzado todo lo que me esforcé yo. Me sé la canción, me sé la canción. Desaparecerá la línea que siempre vi clara, cuanto más dinero gane más me aterrorizará dejar de ganarlo, más en deuda estaré con mi empresa, más agradecida, más dócil, más autómata. Cómo muerdes la mano que te da de comer.

He aprendido que crecer es fingir un poco todos los días a todas horas que no quieres irte a tu casa a estar en paz.

Ahora sé que los humanos somos criaturas extrañas y un poco horribles que se temen entre sí, y que hacerse adulto solo va de intentar comer bien y de tener que entregar papeles en sitios donde a veces me tratan regular o me hablan mal. Los funcionarios también son seres humanos, estoy segura, aunque la mayor parte del tiempo no lo parezcan. Para mí, crecer era la idea de disfrutar de mi independencia, de mi trabajo y de mi dinero, pero en realidad consiste en pensar continuamente en la ropa que tengo que lavar y planchar, en esa lechuga ya pocha que lleva dos semanas olvidada en la nevera, en cómo seguir evitando a mis caseros porque temo que quieran subirme el alquiler si les cojo el teléfono.

Soy una imbécil, alguien que se cree demasiado inteligente y que siempre termina dándose cuenta de que no lo es.

sé cómo explicar de forma educada que su mera existencia me repele pues esta representa todo lo que está mal en el mundo. Que un ciudadano normal, una civil como yo, no puede ser amiga de un Jefe. Nadie en su sano juicio es amigo de su jefe. Que un grupo muy reducido de personas abarque tanto, tenga tanto, quiera tanto, y nos deje a los demás un mínimo por el que pelearnos como muertos de hambre es absurdo, es incomprensible. Si yo tuviese su dinero no haría la pantomima de venir a trabajar. No necesitaría la validación de nadie. No la querría. Sin embargo, aquí estoy, consolando a alguien montado en el dólar. Nadie te rehúye por ser el jefe, pienso. Te rehúyen porque no eres una persona, eres tu idea de cómo crees que ha de ser una persona.

No sé si se ha molestado, pero sí sé que se ha ido porque el vídeo la ha incomodado tanto que ha preferido no seguir viéndole la cara a Alonso. Nunca se lo dirá porque todas aprendemos a imaginarnos que estamos locas y que esa cosa que nos ha incomodado no era para tanto en realidad.

Las juzgaba de vuelta: sí, yo no soy como tú, yo aspiro a más. A ser más que una madre, a tener una vida mía, a poder irme de los sitios cuando yo quiera, a no tener que cargar con un marido una casa unos niños la compra del Spar, a tener preocupaciones más allá de cotillear en el parque con otras señoras igual de cotillas que yo. Era una imbécil, yo. Ahora lo sé.

Una vez comienzas a acercarte a la treintena hay una parte de ti que se apaga de forma paulatina. Lo veo en las personas que me rodean en esta mesa. Si vuelves la vista hacia atrás no eres capaz de determinar cuándo comenzaste a ser otra persona, pero sabes que has cambiado. Dejas de entender a los adolescentes y tu móvil se convierte en tu enemigo. El fueguito que se te enciende de joven se empieza a apagar. Yo lo noto: cómo me voy volviendo más insegura, más dudosa. Ya no tengo nada claro. Antes no vacilaba ante nada, era imparable. Se te parte el corazón en dos y comienzas a perder poco a poco todas las cosas que te han entusiasmado alguna vez. Toca pagar facturas, hacer la declaración de la renta, ir al médico una, dos, tres, cuatro veces porque no se te cura la cistitis. Te haces adulto, te vuelves gris. Solo es una teoría.