Escribimos cartas para tener la certeza de que somos reales, de que lo vivido puede perdurar más allá de la efimeridad, del vértigo del instante. Escribimos cartas como un método de constatación de quienes hemos sido; como un artefacto hecho de palabras que dota de materia tangible todo lo que, aparcado únicamente en la memoria, se encuentra expuesto al olvido, a la borradura, a la intemperie.