Una madre siempre imagina lo doloroso que será ceder su trono a su hija, y por eso lucha contra ello. Pero cuando llega el momento, parece algo natural —dijo, mientras me alisaba el cabello.
—Tú no has perdido ningún trono, por lo que veo —la tranquilicé.
—El trono de la juventud, querida mía, y del encanto que lleva consigo. —Inclinó un poco la cabeza—. Quizás a ti no te ocurra nunca. Quizá tú te hagas mayor de una forma… diferente.