Desde muy niña, Diana presentía lo que después viviría con la intensidad de un pararrayos en plena tormenta. Una vez, cuando tenía como ocho años, su madre y ella chocaron. El choque era como la puesta en escena de aquello que Diana había sentido con certeza minutos antes. Poco a poco, esos minutos de certidumbre anticipada se convertirían en horas y después en días, meses, años. Pero otras cosas permanecían tan invisibles para ella como para una persona cualquiera.