Ahora bien, si la vida, en cuyo anhelo consiste nuestra esencia y existencia, tuviera un valor positivo y un contenido real en sí misma, entonces no podría haber tedio alguno, sino que la mera existencia, en sí misma, debería llenarnos y satisfacernos. Sin embargo, estamos contentos con nuestra existencia únicamente cuando o bien nos hallamos inmersos en un afán en el que la lejanía y los obstáculos nos dan la impresión engañosa de que la meta fuera satisfactoria (ilusión que desaparece una vez se logra el objetivo), o bien cuando nos encontramos en una ocupación puramente intelectual, en virtud de la cual, no obstante, estamos en realidad saliendo de la vida con el fin de contemplarla desde fuera, cual espectadores de un palco.