Sin embargo, Kiyoko sonrió viendo la figura de su joven marido, lleno, por una parte, de decisión, pero, por otra, vistiendo una camiseta deportiva y apoyando una mano sobre una mesa inclinada. Era una escena muy de familia, como si su marido se hubiera entretenido los domingos en hacerse una sala nueva y se hubiese equivocado en las medidas, saliéndole torcidas las mesas y ventanas, y al final enfadándose consigo mismo.