La evolución nos dotó de una mano corta, con un dedo pulgar proporcionalmente largo, lo que le permite ejercer con el índice una pinza de precisión. De modo que la mano sirvió primero para producir instrumentos líticos (hachas de sílex, lanzas, arpones, etc.), antes que para pintar (durante el paleolítico superior) y finalmente escribir (durante el neolítico). De manera que la secuencia expresiva del Homo sapiens, en tanto que «animal simbólico» –como lo designó Cassirer–, fue la de Homo loquens (hace unos 200.000 años), Homo pictor (hace unos 35.000 años, fecha de las imágenes rupestres de la cueva de Chauvet, en Francia) y finalmente Homo scriptor (hace unos 6.000 años).