—Te quiero —susurro y, como no me responde, abro los ojos y siento un escalofrío cuando veo su mirada feroz sobre mí. Vuelve a acariciarme el labio inferior con el pulgar y me aprieta de nuevo contra su pecho como si fuera un tesoro. Baja la cabeza y pone los labios en mi oreja.
—Ahora eres mía.