Cuando hablamos de «placer», no nos referimos solo a los placeres corporales sino también a los espirituales (o, si se prefiere, psicológicos, en el sentido griego del término). El atomismo de Demócrito, que se halla en la base del epicureísmo, considera que el alma y el cuerpo comparten una misma naturaleza material. El cuerpo estaría formado por una unión más numerosa y compacta de átomos, y el alma, por otra más rarificada y fluida. El alma es corporal, o el cuerpo, espiritual. No importa, todo son átomos que se mezclan en el vacío... Lo que sí importa es que, en los dos extremos del continuo (que nos resignamos a llamar «cuerpo» y «alma»), rigen las mismas leyes naturales. Por eso, si los placeres existen, existen tanto para el cuerpo como para el alma, y además resultan igualmente naturales, legítimos y complementarios.