Han Shan Te-ch’ing vivía recluido en la Terraza del Norte. Un día de 1575, mientras cocía gachas de arroz, vio «una gran joya radiante, perfecta en su claridad y quietud, como un enorme espejo redondo que reflejaba en su centro las montañas, los ríos y la ancha tierra». Se disipó la duda; todo quedó claro en el interior y el exterior; vio la creación y destrucción majestuosas de todas las cosas; su mente estaba en reposo. Cuando transcurrió ese momento, advirtió que la olla estaba cubierta por una gruesa capa de polvo.