Yahvé le había dicho que iba a morir en sábado. Todos los sábados, David se concentraba por completo en la Torá, pues sabía que el Ángel de la Muerte no puede tocar a nadie que esté estudiando la Torá. Mantenía una atención extensa, fluida, constante. Llegó un sonido del jardín. David levantó la cabeza y sus ojos se iluminaron por un resplandor salpicado de colores. El jardín estaba en plena floración. ¿Qué era ese sonido? ¿Un aviso? David se levantó de la mesa y, absorto, se movió lentamente hacia la ventana. Miraba atento hacia delante mientras bajaba los pocos escalones que lo separaban del jardín. Dio un tropiezo y cayó, golpeándose la nuca contra la piedra. Su cuerpo sin vida quedó bajo el sol, porque era sábado y nadie podía tocarlo.