Más allá de mi reino

«No es hasta que nos perdemos, en otras palabras, hasta que hemos perdido el mundo, cuando empezamos a hallarnos a nosotros mismos y nos damos cuenta de dónde estamos y del alcance infinito de nuestras relaciones».

En ese lapso, me había prometido que jamás me convertiría en una carga para mi madre, que lo único que ella recibiría de mí sería bondad y paz, tranquilidad y respeto

, a la totalidad del pequeño mundo que mi madre había conseguido construir en quince años, el espacio estaba medio vacío.

Hay tantas cosas que me gustaría poder olvidar, pero tal vez «olvidar» no sea el término más adecuado. Hay tantas cosas que me gustaría no haber sabido jamás.

¿Qué me ha ocurrido? ¿En qué clase de mujer podría haberme convertido si toda esa locuacidad no hubiera cambiado de rumbo, si no se hubiera escondido en mi interior?

Mi madre odiaba la terapia. Entraba con los brazos en carne viva, salía con los brazos en carne viva. Desconfiaba de los psiquiatras y no creía en la enfermedad mental

Un minuto antes había un Dios que tenía al mundo en sus manos; al minuto siguiente el mundo caía en picado, una caída infinita, sin llegar nunca al fondo del abismo.

Un minuto antes había un Dios que tenía al mundo en sus manos; al minuto siguiente el mundo caía en picado, una caída infinita, sin llegar nunca al fondo del abismo.

Un minuto antes había un Dios que tenía al mundo en sus manos; al minuto siguiente el mundo caía en picado, una caída infinita, sin llegar nunca al fondo del abismo.

No es hasta que nos perdemos, en otras palabras, hasta que hemos perdido el mundo, cuando empezamos a hallarnos a nosotros mismos y nos damos cuenta de dónde estamos y del alcance infinito de nuestras relaciones».