—¿De quién te has enamorado? —pregunto.
—Veamos, de ti —dice el príncipe—. Cuando éramos niños.
—¿De mí? —pregunto, incrédula.
—¿No lo sabías? —Parece alegrarse por mi asombro—. Pues, sí. Aunque eras un año mayor que yo y nunca habría funcionado, estaba loco por ti. Cuando te fuiste de la Corte, me negué a comer nada más que té y tostadas durante un mes.