El idiota gastronómico

Hacer del plato (todo) un mundo; hacer del mundo un plato.

La cocina es más que comer porque a través de ella estamos construyendo el mundo, aunque a menudo, como advertía Marx, no sepamos bajo qué condiciones lo hacemos.

Complicarse es construir una gastronomía «egosistémica» que ofrece respuestas de corto alcance frente a la complejidad.

Hacemos el mundo tan complicado porque no sabemos lo que tiene de complejo, lo que nos impide fluir con él.

No olvidemos estas dos reglas de juego: a) lo que no se comunica no existe y b) el ser de la gastronomía dependerá de cómo se comunique

Como me dijo cierta vez un cocinero, «no es el huevo lo que te cobro. Si quieres, el huevo te lo regalo. Es el sistema».

El corolario es que, para ese medio, y para muchos otros, la gastronomía es una cuestión de «gente con estilo».

También la gastronomía reclama un storytelling que esté a la altura de la complejidad que la atraviesa.

Si la metacomida anunciaba el desplazamiento del lugar de la gastronomía del restaurante al laboratorio, la comersación hace lo propio entre el laboratorio y lo que podríamos llamar el cocinatorio, esa suerte de espacio liminal en el que científicos, cocineros y comensales comen (y cocinan) sin jerarquías, «en igualdad de condiciones», para metabolizar el mundo conjuntamente.

Transitamos de esta guisa del restaurante inmersivo al reflexivo. De cocinar platos, a cocinar el mundo. Del cosmopolitismo foodie, a la cosmo-política, es decir, a contemplar la contribución de comer y cocinar a la composición del mundo.