La vergüenza se experimenta no solo por haber hecho algo malo, sino por ser malo de verdad y suele estar arraigada en antiguos aprendizajes tempranos. Pero esta restringe nuestra capacidad de dar la vuelta y ver que cada “error” es una oportunidad para aprender. La investigación ha demostrado que la compasión es una buena medicina para la vergüenza, porque no requiere que nos gustemos o que nos queramos para ser amables, sino que nos demos cuenta del sufrimiento y nos sintamos motivados para aliviarlo. Analizar con detenimiento nuestros errores para ver cómo podemos sufrir menos la próxima vez es un buen primer paso para reducir el dolor innecesario a largo plazo.
Analizar un comportamiento del que nos sentimos avergonzados nos da la posibilidad de explorar qué nos llevó a él, qué pudo haberlo desencadenado y qué estaba ocurriendo a nivel interno o externo en ese momento. Si el comportamiento fue en respuesta a una emoción difícil, esto también nos dará la opción de probar otras herramientas y salir mejor parado de situaciones similares la próxima vez. De esa forma podemos empezar a construir nuevas habilidades para gestionar nuestras emociones y tolerar la angustia. Si no podemos mirar porque estamos atrapados en la vergüenza, no podemos aprender.