¿Qué haría al día siguiente cuando no despertara a mi lado? ¿Y al siguiente? ¿Y al otro? Y, lo peor, ¿durante el resto de mi existencia?
Conduje mis pasos hacia la puerta de la habitación, me apoyé en el marco antes de salir y la miré por última vez.
«Por última vez…», pensé.
Era extraño para mí ese sentimiento desgarrador que hacía que sangraras por dentro, que te partía en dos.
La amaba, la amaba más que a mi propia vida, y solo deseé que el día de mañana, cuando consiguiera asimilar los cambios, se diese cuenta de que mi única intención fue darle la libertad que tanto ansiaba, aunque con ello mi cadena fuese perpetua.