Locura de Macario

Mis ojos serios sonríen, como si mi abuelo, desde el más allá, lo supiera... aquí

Mis ojos serios sonríen, como si mi abuelo, desde el más allá, lo supiera... aquí se acabaron las voces y comienza mi vida.

Casi me vuelvo loco, porque el problema, muchacho, no es que uno hable solo, todos hablamos solos alguna vez. El problema es cuando uno se contesta

¡Claro! ¡Cómo no me di cuenta antes! Don Quijote se volvió loco por leer, igual que mi abuelo. Aquí esta la clave de todo... los libros vuelven loca a la gente.

Es increíble que la enfermedad tenga tantas formas y colores

Libros endemoniados, decía el sacerdote. Libros de ateos, decían algunas señoras. Libros como pozas de agua, donde el abuelo saciaba su sed de conocimiento y que, con el transcurrir del tiempo, hacían nacer en él una vida secreta: la de las ideas raras y extravagantes, diferentes a las de la mayoría, y para la gente del pueblo, locas y alucinadas.

Ahí empezó el apodo de el Loco, un loco que tenía razón cuando se trataba de decir verdades.

“El cuerpo de Cristo se encuentra en cualquier lado, en un pan, en una tortilla... en lo que come la gente pobre. El cuerpo de Cristo no es propiedad de la Iglesia, sino de todos los que con o sin ella quieran conocerlo.

Le daba curiosidad ver cómo un niño de su edad se emocionaba tanto con esas hojas de periódico arrugado con las que envolvía peras, manzanas, ciruelas, jitomates y plátanos, para que no se maltrataran a la hora de ser transportados a otros pueblos.

“Eres la compañía con quien hablo de pronto a solas”,