Simon Scarrow tiene un asombroso talento para mantener al lector en tensión mientras le dirige por una trama perfectamente construida hacia un final que todos conocemos de antemano. O eso creíamos.
A la altura de 1810, Wellington y Napoleón se encontraban en la cumbre de su fama y eran ya sin duda los militares más prestigiosos de su tiempo.
La guerra de Independencia española convirtió a Wellington en poco menos que un héroe nacional en su país, pero él sabía bien que la verdadera prueba de fuego sería un enfrentamiento estratégico que deseaba tanto como temía: una batalla contra tropas comandadas por Napoleón.
Por su parte, las legiones francesas estaban por entonces empeñadas en una de las campañas más duras que emprendieron, en los inhóspitos campos de Rusia, a punto para batirse en la mayor batalla nunca hasta entonces librada en Europa, la de Leipzig.
Sin embargo, el momento en que Napoleón y Wellington se verán las caras se acerca, y promete convertirse en un gran acontecimiento histórico, Waterloo.
La audaz tetralogía en la que Scarrow nos muestra las vivencias de Napoleón y Wellington desde dentro encuentra un perfecto colofón en Campos de muerte, estremecedora novela que, como las anteriores, tiene una firme estructura que permite su lectura independiente.
El desenlace de esta soberbia y ambiciosa trilogía desemboca en un final realmente culminante, la mítica batalla de Waterloo, que Scarrow narra con pericia mediante una alternancia entre el entorno de Napoleón y el de Wellington que resulta muy efectivo, y el control del ritmo le permite crear momentos de gran intensidad dramática.
Además, este volumen se centra en los años más decisivos de ambos personajes y en los que se forjaron su gloria posterior. La coda de las últimas páginas informa al lector del destino final de estos dos grandes hombres, y ofrece además un juicio personal del autor acerca de sus trayectorias.
Esta tetralogía forma uno de los frescos históricos más espectaculares jamás escritos.