Sylvinet, que de cuerpo y de ideas seguía siendo un niño, mucho más que su hermano, y que no pensaba sino en quererlo solo a él y que él lo quisiera de la misma forma, pretendía que fueran a solas a sus sitios, como él decía, a saber, a los rincones y escondrijos donde se habían entretenido con juegos que ahora no eran ya de su edad: hacer carretillitas de mimbre, o molinitos, o alares para cazar pajarillos, o también casas de guijarros o campos del tamaño de un pañuelo que los niñ