Mis tardes en el pequeño café de Tokio

Hay muchos sueños que nunca llegamos a cumplir, pero a veces estos acaban realizándose solo con dar un pequeño paso.

Aprendí rápido a observarte sin cruzar la mirada contigo porque, de lo contrario, con lo trabajador que eres, vendrías hacia mí volando para preguntarme si necesito algo. Y, si eso llegase a suceder, a mí se me escaparía un «Me gustas».

Fue en aquel momento cuando te puse tu nombre secreto: «Chocolate».

Cuando te conocí, comprendí por primera vez que en la vida no solo existe el «amor a primera vista», sino también el «amor a primera voz».

Me aferré con todas mis fuerzas a esta vida.

No porque en otra vida hubiésemos sido hermanas, sino por lo que somos ahora.

Tener miedo a morir es lo mismo que tener miedo a vivir.

—La negrura de tus ojos es distinta al resto, Atsuko. Tus pupilas son puras. Por eso lo ves todo con claridad, incluso las cosas que otros no consiguen ver.

«Tu atractivo pelo canoso es sin duda mucho más bonito.»

El hilo rojo. Más allá de un simple hilito que conectaba dos dedos meñiques, ¿acaso no simbolizaría la sangre que corre por todo nuestro cuerpo? No se trataba de tirar de un hilo para unir unas manos que ya estaban conectadas desde un principio, sino de un sinfín de hilos rojos que nos conectan a medida que vamos acumulando experiencias. Quizá así sea como funciona con la persona especial que todos andamos buscando.

—Bueno, más bien me refiero a que... Ella se ha convertido en mí y yo en ella.