Todos somos creaciones divinas y deberíamos atesorar el hecho de que llevamos a Dios con nosotros dondequiera que vamos. Nosotros emanamos del espíritu, y el espíritu no es otra cosa que puro amor. La carne —es decir, nuestros cuerpos— no es lo que verdaderamente somos. Lo que realmente somos es un pedazo de nuestro lugar de procedencia, el amor Divino.