Eso parece que no le perjudicó, como tampoco lo hizo ni su exhibicionismo, ni su tremendismo, que se convirtió en un sello de identidad para los críticos, ni su afición por lo truculento y lo grotesco. Siguió impasible escribiendo novelas, relatos, cuadernos de viaje, dramas, diccionarios, poemas, memorias y, por supuesto, una autobiografía