Ante este presente líquido que se nos escapa, elegimos convertirnos en una suerte de Edipos modernos que quieren descifrar quiénes somos. No debemos mirar, paralizados, el pasado, sino no desfallecer, atravesar hasta el final el desierto del tiempo perdido para poder lograr, al final, solo al final, tras haberlo recorrido todo, llegar a un sitio: a donde ya estábamos, a donde empezamos. Aquí. Al mundo. Llegamos, por primera vez, a donde ya estábamos: pues podemos ver el mundo por primera vez. Esa es la mayor recompensa.