No es culpa de tus ojos este llanto

Se cogió del brazo de su soledad y emprendió su incierto viaje.

Eso es amor, mi bella, no detenerse ante nada, lanzarse al vacío aunque se sepa de antemano que lo más seguro es que se fracase. Así te amo yo; sería capaz de arriesgar mi vida por un minuto contigo, una mirada de amor tuya me serviría para sobrellevar toda una vida de desgracia.

Guardarle en su memoria, pensar en él o, incluso, soñar con encontrarle, era una cosa, pero decidir emprender un viaje por sorpresa a la otra punta del mundo para buscarle era algo muy distinto.

La imagen parecía detenida en el tiempo, como su corazón. Un negro, su negro, movía cadenciosamente las caderas esbozando unos pasos de baile con una gracia y una soltura sin par. Era el hombre que había soñado y parecía sonreírle.

Intentó sin demasiado convencimiento alguna relación y encontró silencio y caricias. Sólo sabían hablar con sus cuerpos, no tenían nada que decirse.

Aunque quizá es absurdo que te quedes. No sé... tal vez lo mejor sería que dejara atrás estos pensamientos. Perdóname, lo cierto es que estoy un poco nervioso.

No puedes ni imaginar qué significa para mí que estés conmigo, escuchando la historia que tengo para contarte, intentando entender qué es el amor. Ten paciencia, pronto podrás marcharte.

Él, que había poseído todas las mujeres, que las había paseado por su cuerpo moreno, que se había convertido, piel contra piel, en su sombra, no podía saber que lo que le pasaba es que se estaba volviendo loco de amor, que amaba a esa mujer de esa forma desordenada y sin remedio que tan bien conozco.

La retuvo en la memoria, dormida. La guardó en su corazón inerme e intentó olvidar, sofocar las sensaciones que su imagen había despertado. «Si te vas a marchar llévate antes mi cuerpo».

«Es como una maldición este tiempo sin tu amor. Como te extraño y como sangra la herida y se me acaba la vida. Ya no lo aguanto».