; ven el sentido místico de la belleza y hallan en las suavidades de las hierbas y de las nubes del verano la insinuación de una mayor suavidad, que está en las yemas de Dios. Les roe el corazón como una herida el ansia de lo perfecto y el solo imaginar la perfección y ansiarla con tanta angustia, les dice que lo que ansían debe existir. Después de su lucha entre lo concebido y lo realizado, en la cual fueron vencidos, se hacen ellos una infinita humildad, porque se sienten vasos limitados de una ilimitada hermosura. La ilimitada hermosura es Dios.