El arte jamás expresa otra cosa que su propio ser. Tiene su vida independiente, lo mismo que el Pensamiento, y se desenvuelve únicamente sobre sus propias trazas. No tiene por qué ser realista en una época de realismo, ni espiritual en una época de fe. Lejos de ser creación de su tiempo, suele estar en directa oposición a él, y la única historia que guarda para nosotros es la historia de su propio curso. A veces vuelve sobre sus pasos, y resucita una forma antigua, como sucedió en el movimiento arcaizante del arte griego tardío, y en el movimiento prerrafaelista de nuestros días. Otras veces se anticipa enteramente a su época, y en un siglo produce obras que se tarda otro siglo en comprender, apreciar, disfrutar. En ningún caso reproduce su época