Cuando él está sentado en el salón, nos encontramos a la máxima distancia, y a veces siento el repentino impulso de salvarla: me dan ganas de levantarme, abrir la puerta y echarlo todo a perder, de romper nuestro ritmo. Pero sé que, si me presento allí, la distancia aumentará todavía más, por eso no entro.