—Gracias, Hana —me dijo, y me devolvió el cigarro—. Yo me llamo Ro.
Luego se levantó y se fue.
Era mayo.
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tenía los ojos de mil colores; no hubiese podido adjudicarles uno. Adjudicarles uno habría sido simplificar, negar lo que eran. Hubiese sido quitarle los ojos.