os dolores, padecimientos, enfermedades y desgracias cobraban entonces una significación sagrada como expresión de la voluntad de un Dios que, en sus designios misteriosos, los enviaba para nuestro bien. Nunca, sin embargo, oímos de boca de Jesús ante aquellos enfermos, endemoniados o excluidos que acudían a él una invitación a acoger resignadamente esos sufrimientos como expresión de la voluntad o de un castigo de Dios. Ante el dolor solo supo buscar alivio, consolar, curar y liberar.