Catalina la Grande, escribió a un conservador que aún prefería el viejo estilo: «A menudo discutía con él [Pedro] sobre su deseo de encerrar la naturaleza en un gabinete… Ni siquiera un enorme palacio podría albergarla». Y, hasta cierto punto, durante su reinado permitió que la sala de Pedro se deteriorara (mientras ella acumulaba, al más moderno estilo, una enorme colección de más de cuatro mil pinturas y luego erigía un vasto palacio, el Ermitage, dentro del cual albergarlas). Respecto a eso, el propio Ruysch era una figura de transición entre un mundo que nos parece enteramente extraño y otro que empieza a ser mucho más reconocible para el nuestro. (De hecho, su propia obra contribuyó a formar ese mundo posterior; un reciente biógrafo ha descrito a Ruysch como «probablemente el más cualificado y erudito preparador de la historia de la anatomía».)