Transcurrido medio siglo desde que Henry Luce proclamara «el siglo de Norteamérica», la confianza de los norteamericanos ha declinado hasta llegar a un nivel insospechadamente bajo. Quienes hasta hace poco soñaban con el dominio del mundo vacilan hoy ante la mera idea de tener que gobernar la ciudad de Nueva York. La derrota en Vietnam, el estancamiento económico y el agotamiento inminente de los recursos naturales han provocado una oleada de pesimismo en las altas esferas, que empieza a difundirse en el resto de la sociedad a medida que la gente va perdiendo confianza en sus líderes. Una análoga crisis de confianza invade otras naciones capitalistas. En Europa, la renovada fuerza de los partidos izquierdistas, el resurgimiento de los movimientos fascistas y la oleada terrorista dan cuenta, por distintas vías, de la vulnerabilidad de los regímenes vigentes y del agotamiento de las tradiciones establecidas. Incluso