En un salón, el dueño de casa declara para tranquilizar: ‘La pintura debe bastarse a sí misma’. Es verdad, los cuadros no imponen su título. Hay que darlos vuelta (en consecuencia, dejar de verlos) para leer lo que ha inscrito el pintor al reverso. Y el amateur de imágenes, el consumidor inmediato, hoy lee poco: se sabe. Tiene la memoria visual de aquello que posee, hará grandes esfuerzos para describir su cuadro con diversas palabras, pero jamás lo llamará por su nombre. No lo reconoce