Históricamente, hasta la puesta en marcha de las transformaciones radicales desencadenadas por la agricultura hace unos diez mil años, la vida humana se caracterizaba por el igualitarismo, la movilidad, el compartir obligatoriamente la propiedad mínima, el libre acceso a las necesidades de la vida y el sentimiento de gratitud hacia un entorno que proporcionaba todo lo necesario.
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En las sociedades recolectoras, los líderes eran simplemente aquellos cuyas opiniones gozaran de una mayor consideración que las de los demás en un momento dado. El poder era fluido, no se podía confiscar, heredar ni comprar.