Todo lo que atañe a la señorita Cristina les resulta, en verdad, sagrado”, se dijo Egor. “Eso, en el fondo, no es un sentimiento mediocre. Amar y santificar a una muerta, hasta en sus imágenes más triviales.” Se acordó de Daphne Adeane. “Le voy a hablar de ella a Sanda”, se propuso reconfortado. “Es muy bonito lo que hace Sanda; su amor y su orgullo por la tía Cristina son espléndidos.” Ahora Egor incluso disculpaba, mentalmente, a la pequeña Simina. “Hay criaturas con clase, demasiado sensibles. Me he portado como un idiota.”