Entramos en una cultura planetaria y en una jerarquía de valores cada vez más dominadas por las ciencias y su aplicación tecnológica. Hay un continuo progreso en el saber que produce saber. Es precisamente el carácter ilimitado de este avance –sólo la extinción del ser humano podría ponerle fin– el que reemplaza la categoría y las imágenes del infinito que caracterizaban al Dios de Aquino y Descartes. Podría pensarse que el índice exponencial de la especialización de las ciencias, junto con el volumen de nueva información que produce esta ramificación, desembocara en una crisis que llevara a una suerte de implosión o de colapso interno. Por ahora, sin embargo, esta entropía negativa parece improbable. En términos de energía cerebral y de prestigio social, de recursos económicos y de rendimiento práctico, las ciencias y la tecnología tienen delante de sí un horizonte sin trabas.