Mi patria era una semilla de manzana

El equivalente a la tristeza del pueblo era ahora la fealdad de la ciudad, que se extendía por igual a todo absolutamente y que además obedecía a una estricta planificación. Socialismo es sinónimo de expulsión de la belleza.

A leer libros solo se dedica la gente demasiado vaga para trabajar. Además, leer se consideraba perjudicial para la salud, que se te estropean los ojos y, lo peor de todo: te afecta a los nervios e igual te da por ponerte profundo de leer demasiado.

También al escribir se sopesa la opción de hablar o de callar, y ambas cosas permanecen entretejidas siempre. Mencionar algo u omitirlo es un mismo laberinto. Son las palabras en su condición de ritmo y sonoridad las que imponen su propia urgencia más allá de lo que es contenido. Formular implica sentir fascinación y empacho a partes iguales.

Sí, escribir tiene que ver con callar, no con hablar. Evidentemente, las frases dicen cosas, pero son cosas que uno previamente ha resuelto consigo mismo, y, para llegar a ello, su cómplice ha sido el silencio y no hablar.

Las metáforas me arrastraron a la realidad en lo más profundo. La belleza de las frases, todas esas variables imposibles de determinar que encierran siempre las frases me llevaron a aguzar tanto los sentidos que así se me hizo posible soportar la realidad.

gorros de piel que parecían un perro en la cabeza. Sandías, brazos escayolados... viera lo que viera, instintivamente buscaba una imagen mental, y eso me acompañaba. Y en eso también había belleza. La estética no se limita a los «recursos estilísticos», la estética es sustancia. Determina el contenido de todo, no solo el contenido de la frase que se escribe.

. Y sigo convencida de que la mejor manera de distraerse es observando algo muy fijamente. Observar muy fijamente implica descomponer. Los detalles se hacen tan grandes que el conjunto que puedan formar desaparece de escena.

También me preguntaba cuánto pueblo quedaría en mí después de tantos años en la ciudad, donde ya había hecho el bachillerato y la carrera. Conservaba hábitos del pueblo, por ejemplo la forma de observar las plantas de los parques y jardines para clasificarlas en dos categorías: por un lado, las que se habían mantenido fieles a sí mismas, como los chopos, los abedules, el flox y las dalias; por otro, las que se prestaban a colaborar con el Estado, como la tuya, el boj, los claveles rojos y los gladiolos.

A mí mi padre no me pegó jamás, pero no porque fuera un padre tierno, sino porque eso era tarea de mi madre. También para pegar imperaban leyes no escritas; tal vez porque la humillación, para que surtiera más efecto, requería también una intimidad muy perturbadora. El padre que pega al hijo le humilla de un modo distinto a si lo hiciera la madre. Y también duele de otra manera si te pega tu madre que si te pega tu padre.

También la valla del cementerio estaba toda cubierta de endrinos. Y ahí yo me imaginaba que si cogía las bolitas negras, las frutas tendrían en su interior a los muertos. Me daban asco pero me las comía de todas formas. Quizá me las comía precisamente por eso, porque perfectamente habría podido coger las frutas de otros endrinos, los había en muchos más sitios.